jueves, 6 de marzo de 2008


Hace bastantes años, cuando era una joven y “con dudas” y estudiaba en Santiago, tuve mi primer contacto con el mundo de los sordos. Mi amiga Virginia y yo nos matriculamos en un curso y uno de los seminarios se dedicaba a la educación con este colectivo. No sé explicaros por qué, pero el mundo de los sordos siempre me había atraído. De regreso a casa, Virginia y yo discutimos qué era preferible: ser ciego o ser sordo. Ella decía que lo segundo, yo defendía ardientemente que lo primero. Según ella, ser ciego es terrible pues no puedes ver a los que amas, no puedes conducir, no tienes independencia, etc… Yo, sin negar lo terrible que puede ser carecer del sentido de la vista, le decía que me parecía mucho peor ser sordo por el aislamiento, por la imposibilidad de aprehender (ojo, no aprender) el mundo, de asimilarlo y, sobre todo, por la imposibilidad de comunicarse con los demás. Recuerdo perfectamente al chico que nos dio el curso. Era sordo. Él nos transmitió la angustia de estas personas que se ven obligadas a vivir en un mundo que no está pensado para ellos, que no está adaptado a sus necesidades.

Los sordos sólo se comunican en principio entre ellos porque, desgraciadamente, los demás no conocemos su lengua. Además, la conformación del mundo y el lenguaje están íntimamente relacionados (¿qué es primero: Lenguaje o pensamiento? ¿Puede haber lo uno sin lo otro?). Esta cuestión daría para un largo e interesante debate, pero no es este el sitio. Los sordos (que no sordomudos) no entienden nuestro mundo cuando son niños porque éste se percibe en su mayor parte por el oído, por las palabras, por la lengua… Los sordos, en principio, no pueden aprender a hablar porque no escuchan y, por tanto, no saben imitar los sonidos que emitimos. La mayoría de los sordos no tienen ningún problema en su aparato fonador, pero no saben utilizarlo porque no pueden regularlo (imaginaos cómo puede ser intentar aprender a pronunciar en inglés o en alemán sin haber oído nunca esa lengua). Además, la estructura y funcionamiento de la lengua oral les es totalmente desconocida. Esto no quiere decir que, con el tiempo y sobre todo cuando el niño ya domina la lengua de signos (LSE a partir de ahora), no pueda aprender hablar. Creo que debemos y tenemos que entender que la lengua “natural” de las personas que no oyen debe estar basada en lo visual: la lengua de signos (española en nuestro caso).


El caso es que yo tengo la suerte de trabajar desde el año pasado con dos alumnas sordas. Tengo la suerte también de estar en una comunidad en la que se ha dotado a los centros (aparte de otras cosas, unas mejores que otras) de ILSE (intérprete de lengua de signos española) siempre que haya alumnos que lo precisen. ¿Es esto Jauja? No. Una ILSE no puede atender las 30 horas lectivas de dos niñas que están en niveles diferentes (esto también es otra cuestión que generaría un largo debate). Os estaréis preguntando, quizás, por qué me siento afortunada. Bien, pues me siento así porque gracias a S. y A. me he metido de lleno en su mundo, he empezado a estudiar LSE (ya es el 2º curso que hago), he sido capaz de dar alguna clase en lengua de signos (eso sí, sencillita eh) y he podido consolar a S. un día que lloraba porque un compañero le había reñido y ella no entendía bien por qué. Gracias a eso, cuando voy por el instituto, puedo soltarle una chorrada a dos niñas que, de otro modo, sólo se podrían comunicar con su intérprete y un par de amiguinas que se defienden signando. Estoy encantada, estoy incluso un poco pesada con este tema, pero me apasiona y quiero transmitiros a todos esa pasión. Quiero que sepáis lo importante que es que las barreras arquitectónicas (y esto es metafórico, claro) desaparezcan para TODOS. No puede haber minusvalías de primera y de segunda. Hoy los sordos no están integrados en la sociedad y de nosotros depende que eso cambie. El otro día un compañero del curso me comentó que, sólo en Cáceres, hay unos 800 sordos “oficiales”. Yo pienso: 800 personas aisladas, 800 personas que note pueden pedir la hora, que no te pueden explicar qué les pasa, que…

PD: llevo una semana con laringitis y sin poder articular palabra (un sufrimiento, chico), así que he perseguido continuamente a S. y a la intérprete para poder "signar" con ellas. S. me contó que estaba leyendo un libro, pero que no le había gustado mucho, que a ella le gustaban los de "amor"; así que yo le recomendé uno. Luego le conté que estaba enferma y no podía hablar y ella se rió de mí (no se corta nada, un día me llamó presumida por toda la jeta) . Me dijo también que le gustaba que signase con ella por los pasillos y a mí... se me cayó la baba.