lunes, 14 de enero de 2008

HA MUERTO ÁNGEL GONZÁLEZ.


Evidentemente, y por desgracia, la muerte de este gran poeta no es ninguna novedad. Intentar hacer aquí aunque sólo sea un mínimo resumen de su significación como lírico y académico sería una tarea imposible, pero me gustaría contaros dos o tres cosas de él.


La crítica lo incluye dentro del grupo de los cincuenta, poetas nacidos entre 1924 y 1938, que conciben el poema como un acto de conocimiento frente a la noción de poesía como comunicación (idea más del gusto de la generación anterior o poesía social). Esto no quiere decir que este grupo de escritores abandonaran los temas sociales, simplemente dirigieron su búsqueda hacia una mayor elaboración del lenguaje poético y un desplazamiento de lo colectivo a lo personal. El tiempo, el amor, la creación poética son algunos de los temas que podemos rastrear en este grupo al que también perteneció nuestro paisano José Ángel Valente.


Ángel González sufrió en sus propias carnes los rigores de la guerra y de la posguerra (os recomiendo leer la página que le dedica el Instituto Cervantes http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/AGonzalez/).


Su obra, como es natural en todo artista, en todo creador, sufrió una evolución que va de la decepción y el pesismismo existencial unidos a a la crítica del mundo circundante de sus primeras obras (obras en las que encontramos el paso del tiempo como eje vertebrador unido al amor, al desengaño, al absurdo de la vida, a la infancia como paraíso perdido) pasando por una etapa más lúdica en la que predomina el humor (década de los 70, incluso 80), para terminar con una lírica más reflexiva y elegíaca. La obsesión por el paso del tiempo y el testimonio del paso del mismo vuelven a reaparacer a partir de la década de los 90.


Comentó su compañera que seguía trabajando en un nuevo poemario, mientras no podamos gozarlo os dejo con dos fragmentos de su obra. El primero es una recreación del "amor constante más allá de la muerte" (uno de mis tópicos favoritos) y el segundo pertenece a su primera etapa, podréis observar en él el pesimismo existencial del que os hablé más arriba.




Ya nada ahora
Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-
podrá evitarlo: exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará para siempre


(Deixis en fantasma, 1992)




Para que yo me llame...


Para que yo me llame Ángel González,


para que mi ser pese sobre el suelo,


fue necesario un ancho espacio


y un largo tiempo:


hombres de todo el mar y toda tierra,


fértiles vientres de mujer, y cuerpos


y más cuerpos, fundiéndose incesantes


en otro cuerpo nuevo.


Solsticios y equinocios alumbraron


con su cambiante luz, su vario cielo,


el viaje milenario de mi carne


trepando por los siglos y los huesos.


De su pasaje lento y doloroso


de su huida hasta el fin, sobreviviendo


naufragios, aferrándose


al último suspiro de los muertos,


yo no soy más que el resultado, el fruto,


lo que queda, podrido, entre los restos;


esto que veis aquí,


tan sólo esto:


un escombro tenaz, que se resiste


a su ruina, que lucha contra el viento,


que avanza por caminos que no llevan


a ningún sitio.


El éxito


de todos los fracasos. La enloquecida


fuerza del desaliento...


(Áspero mundo, 1956)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No ha muerto, Altazor. Las palabras de Ángel Gónzalez perduraran en su obra, en sus lectores. Los poetas nunca mueren, simplemente son nosotros mismos.
¿Cómo pude morir "Palabra sobre palabra"? ¿Y "Otoño y otras luces"?
¿Poeta "social"? ¿"Amoroso"? No dejan de ser simples adjeticos -vacíos de significado- ante la obra de alguien que nos conmueve.
Estoy un poco cansado y ya es tarde pero me quedo con las ganas de glosar uno de sus poemas crepusculares, "De los álamos vengo", contenido en ese inesperado regalo que el poeta nos brindó en "Otoño y otras luces".
Roge

Anónimo dijo...

Encántame Ángel González pero eu despois de ler o seguinte poema...creo que xa non teño que ler outro. Paréceme o cumio da poesía que eu coñezo:

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

Anónimo dijo...

E falando de nombres e orixes este poema que sigue tampouco está mal... eu téñoo nun disco recitado polo autor, Nicolás Guillén, e resulta estremecedor.


"El apellido "

I

Desde la escuela
y aun antes... Desde el alba, cuando apenas
era una brizna yo de sueño y llanto,
desde entonces,
me dijeron mi nombre. Un santo y seña
para poder hablar con las estrellas.
Tú te llamas, te llamarás...
Y luego me entregaron
esto que veis escrito en mi tarjeta,
esto que pongo al pie de mis poemas:
las trece letras
que llevo a cuestas por la calle,
que siempre van conmigo a todas partes.
¿Es mi nombre, estáis ciertos?
¿Ya conocéis mi sangre navegable,
mi geografía llena de oscuros montes,
de hondos y amargos valles
que no están en los mapas?
¿Acaso visitásteis mis abismos,
mis galerías subterráneas
con grandes piedras húmedas,
islas sobresaliendo en negras charcas
y donde un puro chorro
siento de antiguas aguas
caer desde mi alto corazón
con fresco y hondo estrépito
en un lugar lleno de ardientes árboles,
monos equilibristas,
loros legisladores y culebras?
¿Toda mi piel (debí decir),
toda mi piel viene de aquella estatua
de mármol español? ¿También mi voz de espanto,
el duro grito de mi garganta? ¿Vienen de allá
todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces
de mis raíces y además
estas ramas oscuras movidas por los sueños
y estas flores abiertas en mi frente
y esta savia que amarga mi corteza?
¿Estáis seguros?
¿No hay nada más que eso que habéis escrito,
que eso que habéis sellado
con un sello de cólera?
(¡Oh, debí haber preguntado!)

Y bien, ahora os pregunto:
¿No veis estos tambores en mis ojos?
¿No veis estos tambores tensos y golpeados
con dos lágrimas secas
¿No tengo acaso
un abuelo nocturno
con una gran marca negra
(más negra todavía que la piel),
una gran marca hecha de un latigazo?
¿No tengo pues
un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?
¿Cómo se llama? ¡Oh, sí, decídmelo!
¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable?
¿Cómo decís Andrés en congo?
¿Cómo habéis dicho siempre
Francisco en dahomeyano?
En mandinga, ¿cómo se dice Amable?
¿O no? ¿Eran, pues, otros nombres?
¡El apellido, entonces!
¿Sabéis mi otro apellido, el que me viene
de aquella tierra enorme, el apellido
sangriento y capturado, que pasó sobre el mar
entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?
¡Ah, no podéis recordarlo!
Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.
Lo habéis escondido, creyendo
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.
¡Gracias!
¡Os lo agradezco!
¡Gentiles gentes, thank you!
Merci!
Merci bien!
Merci beaucoup!
Pero no... ¿Podéis creerlo? No.
Yo estoy limpio.
Brilla mi voz como un metal recién pulido.
Mirad mi escudo: tiene un baobab,
tiene un rinoceronte y una lanza.
Yo soy también el nieto,
biznieto,
tataranieto de un esclavo.
(Que se avergüence el amo.)
¿Seré Yelofe?
¿Nicolás Yelofe acaso?
¿O Nicolás Bakongo?
¿Tal vez Guillén Banguila?
¿O Kumbá?
¿Quizás Guillén Kumbá?
¿O Kongué?
¿Pudiera ser Guillén Kongué?
¡Oh, quién lo sabe!
¡Qué enigma entre las aguas!


II

Siento la noche inmensa gravitar
sobre profundas bestias,
sobre inocentes almas castigadas;
pero también sobre voces en punta,
que despojan al cielo de sus soles,
los más duros,
para condecorar la sangre combatiente.
De algún país ardiente, perforado
por la gran flecha ecuatorial,
sé que vendrán lejanos primos,
remota angustia mía disparada en el viento;
sé que vendrán pedazos de mis venas,
sangre remota mía,
con duro pie aplastando las hierbas asustadas;
sé que vendrán hombres de vidas verdes,
remota selva mía,
con su dolor abierto en cruz y el pecho rojo en llamas.
Sin conocernos nos reconoceremos en el hambre,
en la tuberculosis y en la sífilis,
en el sudor comprado en bolsa negra,
en los fragmentos de cadenas
adheridos todavía en la piel;
sin conocernos nos reconoceremos
en los ojos cargados de sueños
y hasta en los insultos como piedras
que nos escupen cada día
los cuadrumanos de la tinta y el papel.
¿Qué ha de importar entonces
(¡qué ha de importar ahora!)
¡ay! mi pequeño nombre
de trece letras blancas?
¿Ni el mandinga, bantú,
yoruba, dahomeyano
nombre del triste abuelo ahogado
en tinta de notario?
¿Qué importa, amigos puros?
¡Oh, sí, puros amigos,
venid a ver mi nombre!
Mi nombre interminable,
hecho de interminables nombres;
el nombre mío, ajeno,
libre y mío, ajeno y vuestro,
ajeno y libre como el aire.

Anónimo dijo...

menos mal que aínda queda sensibilidade en Santiago (e en Madrid, claro, que Roge foi o primeiro en contestar). Está ben que non pensemos so en troula. Tes razón, os poemas que nos deixas son marabillosos (esto era con "b" ¿non? ¿ou volveu cambiar a norma?). Moitas grazas, santiagués