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Había una vez un príncipe que tenía una corona muy bonita y era de color azul, también tenía una espada y un traje rojo. Se llamaba Jaime y era muy valiente. Era bajo y delgado.
Pero el príncipe no estaba feliz porque quería el amor de la princesa.
El hada le dio un consejo:
—Dale unos regalos como flores o bombones.
Entonces el príncipe cogió los regalos y se marchó al castillo de Castro Caldelas, pero no encontró a la princesa. Preguntó por ella a todo el pueblo, pero no le dijeron nada.
El príncipe siguió buscando y, por el camino, se encontró a un amigo. Era el soldado. Tenía el pelo rubio, los ojos castaños. Era grande y gordo y se llamaba Pablo. Jaime y Pablo siguieron su camino y se encontraron un mago que les dijo una adivinanza, que tenían que resolver para continuar el camino:
_ Oro parece, plata no es. El que no acierte mi nombre, bien tonto es.
—El plátano.
— Bien, muy bien. Podéis pasar.
El príncipe pudo seguir andando y por fin llegó de nuevo a su destino, el castillo de Castro Caldelas.
El castillo era muy bonito, tenía un pozo muy hondo. Lo malo es que en ese pozo vivía el enemigo del príncipe: el dragón. Era de color verde, tenía escamas, echaba fuego por la boca y también tenía una cola muy puntiaguda.
El dragón y el príncipe lucharon y lucharon, pero el dragón derrotó al príncipe. Menos mal que Pablo, el soldado amigo, estaba por allí y corrió a ayudar a Jaime. Luchó contra el dragón y por fin le ganó.
Gracias a esto el príncipe pudo liberar por fin a su princesa y darle el regalo que le llevaba: flores y bombones.
Muy felices se fueron para casa, aunque los hijos del dragón los siguieron, pero el príncipe Jaime los derrotó y vivió feliz con su princesa
Pero el príncipe no estaba feliz porque quería el amor de la princesa.
El hada le dio un consejo:
—Dale unos regalos como flores o bombones.
Entonces el príncipe cogió los regalos y se marchó al castillo de Castro Caldelas, pero no encontró a la princesa. Preguntó por ella a todo el pueblo, pero no le dijeron nada.
El príncipe siguió buscando y, por el camino, se encontró a un amigo. Era el soldado. Tenía el pelo rubio, los ojos castaños. Era grande y gordo y se llamaba Pablo. Jaime y Pablo siguieron su camino y se encontraron un mago que les dijo una adivinanza, que tenían que resolver para continuar el camino:
_ Oro parece, plata no es. El que no acierte mi nombre, bien tonto es.
—El plátano.
— Bien, muy bien. Podéis pasar.
El príncipe pudo seguir andando y por fin llegó de nuevo a su destino, el castillo de Castro Caldelas.
El castillo era muy bonito, tenía un pozo muy hondo. Lo malo es que en ese pozo vivía el enemigo del príncipe: el dragón. Era de color verde, tenía escamas, echaba fuego por la boca y también tenía una cola muy puntiaguda.
El dragón y el príncipe lucharon y lucharon, pero el dragón derrotó al príncipe. Menos mal que Pablo, el soldado amigo, estaba por allí y corrió a ayudar a Jaime. Luchó contra el dragón y por fin le ganó.
Gracias a esto el príncipe pudo liberar por fin a su princesa y darle el regalo que le llevaba: flores y bombones.
Muy felices se fueron para casa, aunque los hijos del dragón los siguieron, pero el príncipe Jaime los derrotó y vivió feliz con su princesa
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